La costumbre de fin de año sabe a yuca con mojo, congrí y cerdo asado. La ensalada es circunstancial, porque no es el plato fuerte de la mesa, y a falta de tomates se busca una lechuga, sin mucho pesar. El vegetal podría variar, pero: ¿Y el resto del menú?

Adiós al paladar de diciembre. Adiós al 2021 que ya venía siendo más bisiesto que el 2020, con su saldo de muertes, encierros, estrecheces… y que llega a su fin con un menú que muchos digerirán con un sabor diferente.

No serán los platos típicos y comunes porque tampoco ha sido este un año típico y común. No es un secreto que la dieta diaria se ha servido más con lo que se pueda encontrar y pagar, que con lo que se quiera comer. Y el 24 con su noche buena y el 31 con su noche vieja no han sido excepciones.

Las causas de la escasez se cocinan en muchas direcciones y las estadísticas son, acaso, el mejor “entrante” para entender las ausencias en la mesa. Sin pretender “aguarle la fiesta” a nadie, echémosle un vistazo a los ingredientes. 

Cerdo: el pollo del arroz con pollo

Si se quiere entender la ausencia del cerdo, hay que partir primero de la ausencia del pienso. En junio de 2020 el entonces Ministro de Agricultura, Gustavo Rodríguez Rollero informaba que se debían casi 90 mil toneladas de alimento animal a los porcicultores.

La situación era ya tan caótica que las materias primas para los piensos que se producen aquí se habían reducido en más de un 50 por ciento, y tal estrago se hizo sentir en los porcicultores. Hay un dato muy ilustrativo en boca de Regla María Ferrer Domínguez, jefa de la División Tecnológica Porcina del Grupo Empresarial Ganadero: a mediados de 2020 de los casi 15 000 productores que producían el 92 por ciento de la carne que se demandaba nacionalmente, quedaban casi 6 000. 

Y la reducción del 40 por ciento de los porcicultores no podía derivar en otra realidad que no fuera la del 2021: un año con finanzas extenuantes donde fue imposible revertir esa tendencia decreciente e importar, al menos la mitad de lo que necesitaban los porcicultores.  

Aun cuando los especialistas instaran a sembrar el 40 por ciento de la comida para contrarrestar tales efectos, para entonces el abandono era ya una realidad y otras cuentas se ajustaban al bolsillo; sobre todo también por impuestos que, más que incentivar, estaban fijados para recaudar.

En consecuencia, los cerdos que quedaron en pie durante el 2021 comenzaron a entregarse cada vez más flacos y las empresas porcinas registraron caídas. En ese sentido, hay una referencia  imposible de obviar que adelantara el economista  Pedro Monreal en Twitter.

Hasta septiembre de 2021 la carne entregada a la industria se había reducido en un 34 por ciento, respecto a  igual etapa del año anterior. La serie histórica de la ONEI deja claro el descenso. Y este 2021 seguimos bajando!!!

Gráfico y Portada: Aldo Cruces y Kalia León. Fuente: ONEI Series estadísticas “Agricultura 1985-2020”.

Con tales antecedentes, la aspiración del Estado de garantizar mensualmente a cada habitante de la Isla 5 kilogramos de proteína animal, de ellos 2 de cerdo, es una utopía. Recientemente en el parlamento cubano se confirmó que era un desafío, y no hay dudas.

Si quedaba alguna, las ofertas de este diciembre, las saldaron. Al menos en Ciego de Ávila ni a 300 pesos-Moneda Nacional- se encuentra la libra; y no es este un dato local. Sancti Spíritus se comportaba muy parecido y en el Revolico habanero podía encontrarse, contra todo pronóstico, a 200 pesos.

Villa Clara, Holguín, Matanzas… la ausencia es nacional. Ni alcanza para todos ni todos pueden pagarla.

Frijoles: al grano del asunto 

Las onzas de frijol que llegan por la canasta básica no llegan a una libra y, por tanto, tampoco llegan a ser el potaje del mes, si acaso alcanzan para el primer fin de semana. O un poquito más si hacemos congrí. 

El resto del frijol tenemos que “montearlo” en los mercados de oferta y demanda, por la calle, porque habría que decir, primeramente, que el que producimos en Cuba y se entrega al Comercio Interior no alcanza ni para la cuota de la bodega, de ahí que el chícharo aparezca una que otra vez.

La serie histórica de la ONEI muestra claramente el descenso que nos trajo un 2020 con poco más de la mitad de lo que habíamos logrado en 2019.  A pesar de las predicciones de la Agricultura del pasado año, la ONEI oficializó sus datos en 65 mil toneladas, y eso es 5 000 toneladas menos de lo que Cuba ha declarado necesita solo para su canasta normada básica -70 mil toneladas-.

Gráfico: Aldo Cruces y Kalia León.

Las causas del bajón se explicaron en la reducción de las áreas (de 47 mil hectáreas previstas en 2020, sembramos 22 mil). De modo que la campaña de frío heló los pronósticos del 2020 y dejó casi congelada la de este 2021, de la que todavía no se tienen registros. 

Encima de ese descenso, casi la mitad de lo plantado el año pasado fue atacado por plagas que obligaron a demoler 13 mil hectáreas. Fue un arrase que se extendió por Pinar del Río, Artemisa, Mayabeque, Matanzas, Villa Clara, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Ciego de Ávila.

Yojan García Rodas, Jefe de Departamento de Cultivos Varios, del Ministerio de la Agricultura, dijo que de las áreas sembradas, apenas el 8 por ciento recibió fertilizantes, mientras otro 16 por ciento solo se protegió con “una parte” de los pesticidas necesarios. 

No podíamos, entonces, comenzar (y terminar) este año de otra manera: a menor producción, mayor precio. Es una máxima del mercado que han aprovechado muy bien quienes cosecharon el grano a cuenta y riesgo y no entregaron, por tanto, sus quintales a la Agricultura (o cumplieron lo acordado y tuvieron un “milagroso excedente”). 

Y lo mismo se apostillan en la autopista con la libra a 70 pesos, que te la ofertan en un mercado a 90, 100…lo que quieran pedir en su bolsa de valores. 

Descascarando el arroz

El arroz no es guarnición en la mesa del cubano, es plato fundamental en su día a día y por eso aunque hayamos pasado de cinco libras en la cuota mensual  a siete o lleguen tres de donación… el rompecabezas de casa pasa casi siempre por “completar” el arroz del mes.  Sobre todo, a falta de frijoles (que cuestan más). 

Son cifras descomunales las que se utilizan para cubrir la canasta básica normada y el consumo social (instituciones de Salud y Educación, comedores obreros, etc). Se calcula que el país necesita solo para consumo normado y social unas 700 000 toneladas de arroz.

En 2020, Cuba solo produjo 266 mil toneladas de arroz cáscara-húmedo, un número que “merma” alrededor de la mitad cuando se convierte en arroz listo para el consumo. O sea, podríamos estar hablando de unas 130 mil toneladas el año pasado, aun cuando no haya consenso en esa conversión y se dependa de la calidad del grano, del proceso de secado, del molinaje… 

Estando tan lejos entonces de la “demanda normada” las importaciones no se han hecho esperar y más de la mitad de lo que comemos tiene que venir “de afuera”. En la tabla solo se muestran las toneladas registradas por los países importadores (no todas las empresas exportadoras han presentado sus datos de 2019 y 2020): la cifra debe ser mayor. Sin embargo, los números preliminares de las importaciones en 2020 superan las toneladas de arroz-listo para el consumo-producido en Cuba.

Aunque los planes y perspectivas dicen que para el 2025 debemos producir 550 000 toneladas de arroz consumo. El año pasado no llegamos ni a la mitad de ese propósito ¿Podremos duplicar la producción en cinco años? No parece un pronóstico cumplible y desde ya estamos pagando caro la falta de fertilizantes, combustible, reducción de áreas, bajos rendimientos…

La libra de arroz ha venido inflándose desde 10 pesos y ha topado los 50 en el mercado informal y abastecido. Es un precio elevado para la mayoría de los cubanos.

Viandazos y tomatazos 

Aunque las viandas también han tenido un ligero descenso, su presencia o ausencia ha estado más asociada al tipo de comercialización que a rendimientos (que también han caído).

Es nacional el problema en todos los cultivos. La falta de fertilizantes, de combustible, y la pandemia han tirado las producciones al suelo. Encima, los precios se mantuvieron estáticos durante algún tiempo, centralizados, y la Tarea Ordenamiento regó incertidumbre sobre los campos, donde los guajiros no estaban muy claros de cuánto iba a costarle producir un quintal de boniato, por ejemplo, para definir luego a cuánto podría venderlo, y no perder.

Aun cuando en febrero de este año Marino Murillo dijo que “los precios descentralizados de los productos agropecuarios han salido mejor que los centralizados, y por eso estamos revisando”, la apertura no se dio hasta finales de julio con la Resolución 320 del Ministerio de Finanzas y Precios.

Para entonces, muchos productores o habían dejado de regar por el incremento de precios del agua y el combustible, o se habían virado para otros productos más lucrativos, como el mango y la frutabomba. La cuenta no les daba a muchos hasta que se “liberalizaron” los precios de venta y el boniato, por ejemplo, que en la capital estaba perdido en junio, reapareció en agosto.

Por su parte, el tomate, que reina en los campos de Ciego de Ávila, provincia donde se cultiva más de la mitad de lo cosechado en Cuba, también vio decrecer sus áreas y rendimientos. Este 2021 se llegó a un punto crítico y la Agroindustrial Ceballos de ese territorio, líder de procesamiento en el país, tuvo que acumular tomates para moler cada dos días, pues no se justificaba la arrancada de esa mega-industria para moler tan poco.

También por eso el puré o el tomate se han convertido casi en un lujo a lo largo de este 2021 y en los mercados de oferta y demanda avileños no es posible adquirir una libra de la ensalada a menos de 25 pesos. En otras provincias supera los 70 pesos. 

¿Entonces?

No es posible sentarnos a una mesa de espaldas al campo ni festejar diciembre, como si “dejáramos atrás” 11 meses durísimos que impactan en nuestra cena final. Y muchos llegan a ella con el salario máximo (9 800 pesos), mientras otros se sientan con, apenas, el mínimo (2100 pesos).

No todos recorren el trecho del surco a la boca a la misma velocidad; un camino que se alarga o acorta entre remesas, emprendimientos o subsidios y que, de paso, suele retorcerse entre incompetencias, burocratismo, ineficiencias, carencias…

Ahí están, inobjetables, las sanciones del gobierno de los Estados Unidos y las escasísimas inversiones que destinamos a la Agricultura. Están, sin dudas, las cifras que no se comen, pero se “digieren” si traducimos toneladas y hectáreas en cucharadas.

Y está, sobre todo, la dicha de comernos lo que sea, en familia. Ojalá que para el 2022 esa dicha tenga como centro nuestro típico menú de fin de año.