Hay un emprendimiento habanero que se ha vuelto famoso y su nombre lo dice casi todo: Cafetalex. Allí sirven café, incluso ofertan uno que se llama Mambí, colado a la vieja usanza. Lo hacen con aquellos coladores que las abuelas heredaron de las bisabuelas y que se colaron en casa, casi con el mismo arraigo del café.
Si había poco o si era tarde se colaba una sambumbia porque la borra se podía botar, pero “hasta esa infusión era rica”, recuerda Lucía Llanes, quien creció en Cumanayagua con el colador o tetera de la abuela, y casi en la falda de los cafetales que adornaban el Escambray cienfueguero. Eran típicos del lomerío. Por eso ahora no entiende cómo, viviendo allí, no encuentra granos de café, ni a 200 pesos la libra.
Porque tampoco sabe que hace unos años, a escasos kilómetros de su casa, un ingeniero agrónomo se haría doctor estudiando los cafetales de la “Eladio Machín”, una empresa procesadora del grano que, además, exporta. Es la única que lo hace en la región central. Ahí trabajaron los padres de Lucía.
Y bajo la sombra de la Eladio, Leosveli Vasallo Rodríguez se haría doctor y defendería en Alicante, España, una teoría que demostró en los cafetales de la zona, pero que “aplicaría” a toda Cuba: los rendimientos van cuesta abajo. Los gráficos de su tesis son pendientes decrecientes. Tienden al finito.
Lo añejo de muchas plantaciones, la densidad, el manejo de las sombras y las pocas prácticas agrotécnicas terminarían dando sepultura a los años gloriosos del café en Cuba. Lo inexplicable para Lucía, en Cumanayagua, es hoy lo inexplicable para muchos en Cuba. Aunque, obviamente, llueven las explicaciones (no el café en el campo).
Pero hay un dato que pesa más que ninguna: en 1833 Cuba exportó a Europa 29 500 toneladas de café, y ahora estamos hablando de “un programa de recuperación y desarrollo” que nos llevará en el 2030, a obtener 30 mil toneladas de café.
Habrán pasado 200 años. Y habremos vuelto, de algún modo, a 1830.
La comparación que hace el TCP parte de dos números expuestos en Prensa Latina. El primero, tomado de un informe del Ministerio de la Agricultura, citado por el reportero de la agencia; el segundo, está en voz de Elexis Legrá, director nacional de Café, Cacao y Coco del Grupo Agroforestal (GAF) de ese Ministerio.
La realidad: más fuerte que el café
Quizás nada de eso leyeron en el habanero Cafetalex, ni en el avileño bar de Tía Fita o en el citadino Hotel Rueda, de esa ciudad… Todos los negocios que en Cuba emprenden la ruta del café, lo hacen más por tradición y gustos, que por la estabilidad de un mercado mayorista que no es respaldo de casi ningún cuentapropista.
“Te dicen que debes comprar en la tienda de MLC para los privados con tu tarjeta de TCP, lo que ahí casi nunca hay. Cuando sacan te sale un tín más barato que si lo compras con tu tarjeta personal, pero no te venden las marcas cubanas, que son las buenas”.
Así lo cuenta Víctor Mendoza Cepero, titular de Tía Fita, más extrañado de que no pueda comprar Serrano o Cubita, por ejemplo, que de que pueda acceder a café extranjero. Vilma, CoffePot…
A cuatro cuadras de allí la historia es opuesta.
En el Hotel Rueda, perteneciente a la cadena Encanto, ofrecen cualquier tipo de café, solo tiene que ser cubano. “Ahora servimos Torrefacto, ese nunca ni lo había visto. Solo sé que es cubano”, alude el bartender de la instalación.
Los hilos que encadenan el mercado con los recintos que sirven el café no están claros y todo indica que es la escasez quien dicta las pautas: “lo que haya, cuando haya”, y tratar de priorizar el café cubano en las instalaciones turísticas. Imagen Cuba.
Sin embargo, la imagen Cuba también se construye desde dentro y los altibajos del café normado, ni con la abundante mezcla de chícharos, alcanzan la estabilidad. El propio Ministerio de Comercio Interior lo informaba en enero de este año. Parte del café que se distribuía (y distribuye en las bodegas) era importado y las navieras no habían podido entrar.
Si se diera solo con café cubano y sin chícharos, habría que calcular. Probablemente la cuota se reduciría a un cuarto.
Solo Revolico, ese bazar donde puede encontrarse casi cualquier cosa, parece ajeno a la escasez y exhibe varias marcas y precios. Dos kilogramos de Regil podrían costar lo mismo 1 800 pesos, que 2 000. En el mercado informal está sobrevalorado. En el campo, infravalorado.
Los guajiros de la Cooperativa Hipólito Delgado lo saben, aunque en Guantánamo sean “expertos en la materia”. Desde Florencia, en Ciego de Ávila, se fueron entusiasmados a la Eladio Machín, de Cumanayagua y “cuando llegaron, ninguno de los granos que llevaban, clasificaron. No tenían ni tercera calidad y para exportar o recibir MLC tiene que ser de primera”, rememora Edenio Hurtado González, especialista de café de la Empresa Agroforestal de Ciego de Ávila, una provincia llanera donde no hay tradición, ni experiencia. Los guajiros de la Hipólito podrían ser los guajiros de cualquier otra CPA.
Además, tampoco ha habido incentivos.
“Imagínate que por recoger una lata a veces te pagaban 120 pesos, allá en las lomas. Encima, con todo el reordenamiento los precios no subieron como se esperaba. Hoy, después de beneficiado el café Robusta, el de primera, se paga a 100 pesos el kilogramo. Y el Arábico a 119. Antes, el Robusta era a 46 y el Arábico a 70. En otros cultivos los precios se incrementaron mucho más, mientras que aquí hablamos del doble, más o menos”.
Edenio Hurtado González, especialista de café de la Empresa Agroforestal de Ciego de Ávila.
Sin embargo, está consciente de que el desestímulo del campo está aparejado al abandono de los cafetales, al mal trabajo, el desconocimiento, el clima, la falta de fuerzas…. Una cosa llevó a la otra, pero ¿en qué orden los factores alteraron el producto?
¿O en qué punto, por ejemplo, se decidió poner más alto el precio de compra al productor primario, que el de las ventas de las procesadoras de café a los diferentes destinos? El desajuste entre los cafetales y lo que podían cobrar las procesadoras al venderle a Cubaexport, al consumo nacional, a Cimex o a la Zona Especial de Desarrollo Mariel, generó más de 500 millones de pesos de pérdidas.
Con esa noticia nos adentrábamos en el 2022. Un reportaje desde Artemisa citaba a Legrá Calderín con la elevadísima cifra. Y aunque el directivo aseguraba que estaban en función de resolver el asunto, para entonces ya la cadena de valor se había dañado. La solución, obviamente, no descansaría en reducir el precio en los cafetales (de por sí bastante bajos), sino en aumentar el del precio de venta de las procesadoras. ¿Significará entonces que los consumidores podrían pagar el café más caro?
Futuro ¿espresso?
Si bien los cafetales más enjundiosos germinan en Santiago de Cuba, Granma, Guantánamo y Holguín, responsables del 90 % del grano, y en menor medida aparecen Sancti Spíritus, Cienfuegos y Villa Clara, con el 7 %, el futuro, aseguran los directivos, descansa también en el llano.
Miguel Ángel Arregui Martínez, presidente del Grupo Empresarial Agroforestal del Ministerio de la Agricultura lo aseguraba al semanario comercial Opciones. Matanzas, Mayabeque, Ciego de Ávila, Camagüey, Las Tunas y la Isla de la Juventud tendrán café.
Es comprensible si asumimos que de las lomas muchos han bajado persiguiendo el desarrollo de las ciudades. Solo que bajar hasta el llano implicará también dotar a los “llaneros” de una cultura que habitaba, fundamentalmente, en las alturas, a metros sobre el nivel del mar, una cualidad que suma puntos a favor del café exportado.
La realidad, arriba o abajo, sigue siendo tan amarga como un café sin azúcar. Venimos de un récord productivo de 60 330 toneladas en 1961 y hoy no alcanzamos las 10 mil.
A ese ritmo, tomarse un café será (y es) casi un lujo. Sea en Cafetalex donde se reverencie nuestra historia, o sea en casa, donde se siga la tradición.